Y otra reseña más sobre Brooklyn en blanco y negro, de Hilario Barrero. Esta vez nos la brinda Manuel Simón Viola Morato, a quien le agradecemos el gesto siempre necesario de la reseña para el autor y para la editorial:

Nacido en Toledo en 1948, Hilario Barrero vive en Nueva York desde 1978, en cuya universidad se doctoró con una tesis sobre Félix Urabayen y en donde en la actualidad da clases de literatura. Autor de un libro de poemas, In tempori belli (1999, premio de poesía “Gastón Baquero”), ha publicado hasta ahora, además de numerosas traducciones de poetas americanos (De otra manera de Jane Kenyon, Delicias y sombras de Ted Kooser, El amante de Italia de Henry James…), un libro de relatos, Un cierto olor a azufre (2009), y los diarios Las estaciones del día (2003), De amores y temores (2005), Días de Brooklyn (2007) y Dirección Brooklyn (2009), todos ellos en la editorial asturiana Llibros del pexe.

Brooklyn en blanco y negro, el libro que ahora publica la editorial asturiana Universos, es una continuación del diario anterior que incorpora, como aquel, entradas de dos años, 2008 y 2009, lo que viene a constatar que nos hallamos ante una obra similar en su estructura y distinta por su contenido, como la vida que la habita, previsible y siempre imprevista en sus detalles.

Como en diarios anteriores, la mayor parte de las entradas recoge la vida cotidiana en su entorno más próximo que pasará al título del libro, el barrio de Brooklyn, una de esa ciudad de ciudades que compone Nueva York, la “marimacho de las uñas sucias”, según Juan Ramón. Junto con Toledo y Barcelona, constituyen, según afirma el escritor en el arranque del diario, las tres “ventanas” desde las que ha contemplado la realidad este profesor que ha encontrado en la escritura (en la poesía, en la prosa, en la traducción) su más profunda razón de ser.

Dotado de unas singulares dotes de observador, Hilario Barrero nos lleva por los parques, calles y avenidas de una ciudad que las distintas horas del día y las estaciones del año convierten en un paisaje urbano siempre nuevo contemplado a la luz implacable de inviernos o veranos, a la esplendente claridad esperanzada de la primavera o a los sutiles tonos del otoño. Y así, por ejemplo, podemos leer cómo tras el paso de un huracán que limpia la ciudad con su aliento de cíclope “Hanna se llevó los caballos perdidos de la noche y trajo esta luz y llenó las papeleras de paraguas destripados, asomando sus esqueletos entre la tela desgarrada y trajo un edredón de hojas amarillas que ha ido dejando en partes donde crece la hierba y alos pies de algunos árboles” [140]

Tal vez los juicios más negativos provengan del ámbito académico pues aunque impartir clases no deja de ser una tarea gratificante, la burocracia, como sucede en España, ha convertido la enseñanza en una rutina tediosa de reuniones repetidas e ineficaces en departamentos sometidos periódicamente a unas elecciones que enrarecen la relación y dividen los equipos académicos en bandos que se miran de soslayo.

En este entorno también hay, claro, realidades “blancas”: conciertos y óperas, amigos y visitantes, museos y librerías de fondo en las que escudriñar en busca del hallazgo insólito, o los vecinos entrañables, como Estelle, la anciana luchadora progresista que se enfrenta a la muerte con la misma entereza y rebeldía con la afrentó todas sus batallas políticas. Esta ciudad, que le enseñó “sus dientes de loba y sus garras de perra rabiosa”, es, de otro lado, el territorio de los solitarios, de los supervivientes en un paisaje de derrotados, del disparatado amor a los animales de compañía, de los seres solitarios que habitan los cafés como si posaran para un cuadro de Hopper.

Las transformaciones cíclicas de la naturaleza, los cambios en la ciudad, la pérdida de los amigos van impregnándolo todo con una sensación de declive, de merma física, de acabamiento que anuncia la presencia insidiosa de la muerte, y en efecto esta acudirá puntual a su cita con el fallecimiento de la madre, doloroso como una amputación, o la desaparición de la vieja luchadora cascarrabias. Los viajes a Asturias, Toledo y Portugal suelen despertar asimismo el recuerdo del pasado, de otros viajes anteriores, y, por ello, se viven con el desasosiego de encontrar los mismos rincones cambiados en experiencias que acompasan otros cambios y pérdidas íntimos.

Escritos desde un enfoque “machadiano” con el propósito de captar instantes fugaces antes de que se pierdan en el olvido, estos textos exhiben una prosa precisa, cuidadosa en los detalles, que en ocasiones alcanza la gracia metafórica de una greguería: “El faro azul y blanco se recorta garboso en un cielo gris que, de pronto, desprende una tormenta provocativa que deja el pavimento acharolado, un espejo donde las tres palmeras que hacen guardia a la entrada del faro se curvan un poco para mirarse en él”.

Otra reseña sobre Brooklyn en blanco y negro, de Hilario Barrero, en este caso de Ángeles Prieto en la revista literaria Clarín:

De la vida que pasa

Hace tiempo que los lectores avezados, pero también los escritores más agudos, aparcaron exigencias editoriales de sempiternas novelas de género buscando comunicar de una manera menos frívola, más directa, sencilla, honesta y cálida. Coetzee, Amis, Oates o Ellroy son los últimos en incorporarse a esta necesidad de registro y confesión autobiográfica, de ofrecer testimonio directo de sus vivencias, tendencia que alcanzó su cénit durante la Ilustración. Y los Diarios en concreto, esos que ahora recuperan una vitalidad importante gracias a los blogs, utilizan una forma de expresión óptima para registrar el paso del tiempo cronológico y sentimental, a veces cíclico. Unos sirven para dejar constancia de algún suceso histórico acotable, como el Diario del año de la peste de Daniel Defoe, o la caída de las Torres en la primera entrega de Hilario Barrero. Otros albergan algún periodo vital ceñido a un lugar concreto, como el diario londinense de James Boswell, o el Viaje a Italia de Goethe. Los más se limitan a recoger el vaivén de los días. En España, seguimos las andanzas y reflexiones de diaristas con clase y solera como Trapiello, Sánchez Ostiz, Llop o García Martín, sin olvidarnos que quizá nuestra mayor joya narrativa de todo el siglo xx sea El cuaderno gris de Josep Pla. En el caso que nos ocupa, el de los diarios literarios de Hilario Barrero, estos presentan una serie de características que los hacen distintos y especiales a todos los demás. Lo más destacable es sin duda que ni su autor, ni la farándula literaria y académica que a todo escritor rodea, son sus protagonistas. Barrero escribe con honestidad, rigor y también ternura toledana, para luchar contra el olvido o la muerte de sus recuerdos, no para defenderse a sí mismo, jamás para justificarse o tirarse flores. De hecho, apenas nos habla de sí mismo, aunque sí conocemos bastante bien sus aficiones: su diosa la poesía, su amante la ópera y su novia la pintura, con las que ejerce de aprendiz y galán gozoso permanentemente.

No, los personajes principales de este diario son grandiosos y bellos sin esa necesidad de tener que expresar su mundo interior por escrito, no tienen por qué ser artistas, ni siquiera escritores conocidos. Ni falta que les hace. Y en esta quinta entrega del diario, dos hermosas y valientes damas, maravillosamente anónimas, sobresalen, al despedirse de este mundo con ejemplo y dignidad. Con valentía, genio y figura. Unas muertes que nos vienen anunciadas con ternura y tacto, como ese Liebestod de Isolda que se escucha al principio o esa otra foto en blanco y negro que separa a los poetas vivos de pie, de los poetas muertos sentados. Pues a pesar de sus edades elevadas, y de que ambas cumplieron sus ciclos vitales, despedirlas no fue tarea indolora. Perder a la madre, la persona que te crió y te defendió siempre, la que más te quiere supone, entre otros desgarros, ser más consciente que nunca del propio fin, colocarte en primera línea de fuego para ser el siguiente. Un duelo largo y no asumible el de Hilario Barrero donde a la vez que le duele esa muerte, le duelen también todas las muertes incomprensibles y crueles dentro de un ciclo de la Naturaleza que sigue su curso inconmovible. Y en el transcurso de ese duelo, el Duelo con mayúsculas por su madre, Estelle la vecina especial, siempre mandona, entusiasta y libertaria, también nos dirá adiós iluminando de otra manera la imposible comprensión y aceptación de los óbitos de quienes tenemos cerca, el único conocimiento que nos ha sido dado tener sobre nuestro propio fin.

Imágenes en negro lúcido que contrasta con el blanco luminoso de esas otras imágenes hermosas que Barrero nos proporciona, tomando el pulso a las ciudades que visita. Así, captaremos brevemente y con toda su magia ciudades como Lisboa, León, Oviedo, Gijón o Toledo, pero sobre todo esa Nueva York donde reside, acercándonosla, sintiéndola viva, humana y habitable, lejos de la artificiosa postal turística de Manhattan. Así, la avenida Flatshbush, el Prospect Park, Chinatown o la calle Montague dejarán su impronta en el Diario junto al destacado barrio de Brooklyn, en constante transformación vital de costumbres que se pierden, mientras surgen otras. Un paisaje que no sería tal, meros edificios hueros, sin las personas que lo dotan de sentido, por ello son Mari Carmen y Gregorio, por ejemplo, quienes convierten Asturias en tierra fértil, abierta y generosa. Del mismo modo que Nueva York se nos presenta cálida y cercana gracias a las maravillosas historias o’henrianas que Hilario suele intercalar, producto de su observaciones asombradas en el metro.

Pero estas luces alegres, producto del transcurso de los días hilarianos donde el vivir y el sentir del autor se proclaman siempre vencedores sobre el triunfar y el tener, no serán nada ante el deslumbre glorioso que sentimos cuando, ante una especie de broma literaria injustificada, el poeta nos cuente su historia más hermosa, aquella que inició un siete de julio de mil novecientos setenta y uno. Porque solo hay algo fuerte e intenso que la muerte, lo que nos rescata de miedos y temores, lo único que de verdad logra que superemos los duelos. Quien lo probó lo sabe y el sabio Hilario nos lo revela.

Para concluir, cabe señalar que todos los temas importantes, las tres heridas que señaló Miguel Hernández, se desarrollan a lo largo de este diario mediante una prosa directa, esmerada y brillante, sin alardes y sin ripios. Y como propina generosa, propia de la personalidad abierta, la cultura integradora y la vocación educadora del autor, como arias que concentraran la belleza de vivir, cada mes de este magistral diario será cerrado con un precioso, desconocido y deslumbrante poema.

Tenemos que dar las gracias a Ovidio Parades por su reseña sobre el último libro de nuestro escritor Hilario Barrero, la nueva entrega de sus diarios neoyorkinos. Aquí la tienen:

Llevo varios días sumergido en la lectura de «Brooklyn en blanco y negro». Desde que Hilario Barrero, su autor, tuvo la gentileza de dejarme un ejemplar en casa, con una hermosa dedicatoria, mientras Íñigo y yo estábamos con mis padres celebrando sus cuarenta y un años de matrimonio. (La cara de mi madre, ese día, pese a la recaída de esa enfermedad reumática que la atormenta, con todos nosotros a su alrededor, parecía otra: como si hubiese hecho una especie de pacto con los dolores para esa jornada). Ese mismo día, el de la celebración de mis padres, cuando llegué a casa y lo recogí, empecé a leerlo y no pude parar. Tan seductora es su lectura, tan apasionante. Se trata de un diario, y de mucho más que eso. Un puñado de fotografías donde el pasado y el presente, Asturias, Toledo o Nueva York, la ciudad en la que vive desde hace muchísimos años, o algunas de las personas que forman parte de la vida de su autor, están muy presentes. La casa de la infancia en Toledo y la casa de su barrio neoyorquino. Los paseos por los alrededores, las charlas con los amigos, las caminatas hasta Manhattan, la afición por la ópera… Y la vida que va pasando de modo inevitable, los amigos que se fueron, las huellas y el vacío que dejaron, el tiempo que corre y corre, los sucesivos viajes, las maletas que se abren y se cierran, las cosas que van cambiando, los poemas que se escriben y los que no llegan nunca a escribirse porque así lo dictamina esa mano invisible que está detrás de la inspiración (o como se llame) y que es más determinante que cualquier razonamiento. Ah, todos esos pequeños detalles: tan bien reflejados con esa prosa minuciosa que atrapa y cautiva. Y la muerte, claro, como el poderoso reverso de la vida, de los momentos felices y de los otros. La muerte de Estelle, esa vieja conocida. Y la muerte de su madre. Cuántas páginas se han escrito sobre la muerte de la madre en la historia de la literatura. Aquí, Hilario escribe algunas de las más bellas. El silencio y el dolor. La mirada última de la madre, el recuerdo de un sonido, de un olor, de una boca que se cierra para siempre y del pañuelo de seda que la cubrirá para toda la eternidad, las flores y la tierra que se desparraman sobre el féretro. Un desgarramiento silencioso, nada arrebatado. Unas páginas de una gran intensidad y hermosura. Pero no quiero terminar con algo tan triste como resulta eso, la muerte de la madre (cualquier muerte, en realidad), porque este diario no lo es. En el diario van pasando tantas cosas como en la propia vida, y en la vida no todo lo que pasa es triste, aunque a ratos desfallezcamos y así nos lo parezca. Me quedo, para finalizar, con ese momento en un bar de Gijón, «La sacristía», donde el autor comparte un vermú y recupera el delicioso sabor de esa bebida. En eso, en un instante compartido, en el disfrute de un sabor recuperado, observando otras vidas que se mueven y pasan ante los ojos, consiste lo mejor de vivir, esos momentos que hacen que los otros queden relegados a un segundo plano, a ese rincón donde se van fermentando las arrugas y las cicatrices. Y por los que, pese a todo, merece la pena estar aquí.

Ovidio Parades.  Del libro Ventanas compartidas.

Brooklyn en blanco y negro
[Diario 2008-2009]
de
Hilario Barrero
La presentación correrá a cargo de
José Luis García Martín
Miércoles 27 de julio |  19.30 horas

Sala de conferencias del Centro de Cultura Antiguo Instituto | c/ Jovellanos, 21. Gijón/Xixón

Tenemos nuevo libro en la editorial, también para chavales de entre 8 y 12 años, aunque en este caso en castellano. ¡Atención! Es el nuevo Harry Potter, el nuevo fenómeno de ventas infantil y juvenil… ¿De qué va?

Una hermosa mañana de verano, dos hermanos reciben la visita de una criatura que les hace llegar una desesperada petición de ayuda. Su mundo se muere, y solo ellos podrán impedir que eso suceda. A partir de ahí, los hermanos se verán envueltos en una grandiosa aventura que les hará viajar hasta los mismísimos confines del Universo. Allí conocerán nuevos amigos, y se enfrentarán a seres todopoderosos para intentar evitar la destrucción de su planeta, librando una batalla en la que, al final, también se decidirá el destino de la Tierra.

Pero esto es tan solo el prólogo de mayores y más excitantes aventuras…

Roberto del Sol se presenta al lector juvenil con una trepidante novela de intriga y ciencia ficción, llena de humor desopilante y una habilidad natural para mantener al lector enganchado página tras página. Original, excitante y divertida, Los cosechadores de estrellas está dirigida a niños entre ocho y doce años, aunque los niños entre 0 y 99 años también se lo pasarán bien.

¿Y quién es el autor?

Roberto del Sol ve la luz de este mundo en el verano del 68. Se doctora leyendo literatura de terror y fantástica desde su más tierna infancia y, porque no le queda más remedio y necesita ganarse la vida con dignidad, obtiene la diplomatura de Ingeniería Técnica Mecánica hace tanto tiempo que ya ni se acuerda. Desde 1995 trabaja en la Caja Rural de Asturias. Los cosechadores de estrellas es su primera novela, una historia de ciencia ficción.

«Evaristo Valle tuvo una vida muy prestosa y completa»

Sidoro Villa presenta una biografía sobre el pintor gijonés

Lo suyo es la ficción, pero una convocatoria de la editorial Universos para realizar una biografía destinada al público infantil sobre el personaje que eligiera dio como resultado ‘Evaristo Valle, el pintor del antroxu’. El escritor, ilustrador, maestro de primaria y columnista de EL COMERCIO Sidoro Villa Costales presenta esta tarde en Oviedo su cuarto libro, escrito en asturiano y englobado en la colección ‘Xente que mola’, que comienza con una trilogía sobre la vida de tres personajes, entre ellos la del pintor gijonés. Los otros dos libros son ‘Urraca l’asturiana’, de Cristina Muñiz Martín y ‘Einstein y la relatividá’, de Jorge Fernández García y Amparo Elena Sarrión.
«Evaristo Valle es un personaje mítico, me gusta desde siempre, por como pintaba y también por su vida, que es muy atractiva para novelarla», explicó ayer Villa. «Fue el que renovó la pintura asturiana del siglo XIX y tanto él como Nicanor Piñole sirvieron de ejemplo para los que vinieron después e hicieron pintura figurativa», añadió.
El libro hace un recorrido por la vida del pintor gijonés y, además, dedica un capítulo a su pintura. «Me prestó mucho trabajar en este proyecto por el personaje, porque tuvo una vida muy prestosa y muy completa; triunfó en muchos sitios, pero también pasó muchas dificultades, le tocó vivir la Guerra Civil y la posguerra y por aquel entonces tenía que pintar estampas y cosas pequeñas para venderlas rápido», comentó Villa.
Ajedrez con Lenin
Asimismo, el escritor poleso se centró en las anécdotas del pintor gijonés, muchas de ellas publicadas por el propio Evaristo Valle en un libro. «Estuvo en París a principios del siglo XX y de aquella hacía retratos para ganarse la vida. Un día, acudió a él un indiano de Argentina con una foto descolorida de su abuelo y le pidió un retrato que mejorara la foto y le diera un aspecto noble para colgarlo en el salón de su casa. Cuando Evaristo lo terminó, avisó al indiano para que fuera a buscarlo y éste envió a un mozo. El pintor estaba ocupado en otra cosa y le dijo al chaval que lo cogiera él mismo, pero se confundió y cogió un retrato de Napoleón que estaba en la misma sala. Pocos días después recibió un sobre con mucho dinero y el agradecimiento del indiano, que había quedado encantado con el resultado», relató Villa.
De París también es la anécdota de las tres partidas de ajedrez que Valle jugó en un café con Lenin sin saber que era el futuro líder de la revolución rusa. Y una más cercana tiene que ver con el Ayuntamiento de Gijón. «Le concedió una beca para París con la condición de que mandara un cuadro desde allí. Pero como le pareció poco dinero fue a casa de unos familiares en Noreña y se quedó allí; con tan mala suerte de que lo pillaron y le quitaron la beca», comentó el escritor poleso.
El enllaz d’esta entrevista ta equí, onde podemos ver al sonriente autor.

Güei tenemos presentación nel Club de Prensa de La Nueva España d’Uviéu a les 20.00 hores. Presentamos tres llibros… Cásique nada… Son «Urraca, l’asturiana», de Cristina Muñiz Martín, «Einstein y la relatividá», de Jorge Fernández García y Amparo Sarrión, y «Evaristo Valle, el pintor del Antroxu», de Sidoro Villa Costales.

Les portades de los llibros son estes:

Los llibros son biografíes novelaes pa nenos ente 9 y 12 años, anque tenemos l’enfotu de que va gusta-y a más xente de toles edaes. Si podéis venir, va prestanos muncho. Si traeis a los guah.es, meyor. Van pasalo bien.

Ah, y les ilustraciones son de Laura Vázquez Valdés, guapísimes…

En La Nueva España se publicó una nota de prensa de la presentación de Cerrar los ojos para verte en Noreña, presentación multitudinaria donde las haya… Aquí va:

Olay presenta en Noreña su poemario, «que busca que el lector se reconozca»

El joven noreñense logró el premio «Asturias Joven de Poesía 2010» con «Cerrar los ojos para verte», «fruto de seis años de lectura y escritura»

NOREÑA, M. NOVAL MORO El hotel Cristina de Noreña acogió ayer la presentación de «Cerrar los ojos para verte», el poemario con el que el joven noreñense Rodrigo Olay (1989) conquistó el premio «Asturias Joven de Poesía 2010». Una presentación en la que el poeta estuvo flanqueado por los colaboradores de LA NUEVA ESPAÑA, el periodista Christian Franco Torre y Juan José Iglesias, así como por Jose Ángel Gayol, el editor del libro. Iglesias y Franco, que conocen a Rodrigo Olay desde que era niño, esbozaron la trayectoria del joven. Sus primeros textos para las clases de Covadonga Molero, los tempranos reconocimientos a su obra adolescente y sus colaboraciones en alguna revista local fueron recapituladas por sus paisanos.

Por su parte, José Ángel Gayol, quien, además de editar «Cerrar los ojos para verte», también fue galardonado en 2010 por la Consejería de Cultura y Turismo, en su caso por el texto teatral «Ensin noticies del fin del mundu», se centró en el volumen objeto de la presentación, un fresco y vigoroso poemario con referencias a Machado, Borges, Quevedo y Ángel González, entre otros. Finalmente, Rodrigo Olay hizo una lectura comentada de algunos de los poemas del libro.

«Este libro es fruto de seis años de lectura y escritura, porque ambas actividades están estrechamente vinculadas», apuntó Olay, antes del inicio del acto. «Es un poemario que busca ser inteligible, libresco y que el lector se reconozca porque recoge las preocupaciones esenciales de la tradición poética española, que también son las de nuestros días», añadió el autor, quien definió su obra como «el libro de un lector, en el que está representada, de alguna manera, la poesía que a mí más me gusta».

Fiel a esta premisa, Olay recoge en su poemario muestras de poesía epitáfica, en la línea de la «Antología palatina», epigramas marcialescos, haikus en la línea orientalizante, sonetos de tradición italo-española e, incluso, algún poema «freak» como «El manco», que destaca las similitudes entre dos de los más afamados mancos de la historia: Cervantes y Luke Skywalker («La guerra de las galaxias»).

El presentador, Christian Franco, destacó, asimismo, el apartado que cierra el volumen, «Appendix Probi: El mapa del tesoro», juego literario que recoge los supuestos poemas de un desconocido rapsoda latino, Gaius Brutus Olius, traducidos por un supuesto estudioso galés llamado Roderick O’Lay».

Nuestro intrepido autor, Rodrigo Olay, presentará mañana jueves en el hotel Cristina de Noreña, a partir de las 20 horas, el libro «Cerrar los ojos para verte», un poemario con el que logró el premio «Asturias Joven de Poesía» 2010.

Natural de la Villa Condal y estudiante de Filología Hispánica en la Universidad de Oviedo, Olay atesora, pese a su juventud, varios galardones y reconocimientos, entre ellos el premio «Dafne» de poesía del año 2009.

Algunos de sus poemas ya han sido incluidos en la antología «Una música, un rumor y un símbolo», y ha publicado en revistas literarias como «Hesperya» y «El Alambique», además de colaborar asiduamente en «Clarín».

En el acto, que estará presentado por Christian Franco, intervendrán el propio Rodrigo Olay y el editor del volumen, José Ángel Gayol.

 Lluís Portal y la Guerra Civil

«EN “OH 36!” FALO DE LA CONDUCTA HUMANA SOMETIDA A PRESIÓN, DEL HORROR, DEL ERROR QUE YE TOA GUERRA»

Xosé Lluís Campal Fernández
RIDEA

L’escritor maliayu Lluís Portal Hevia (Villaviciosa, 1964) cultiva dende cuantayá la prosa periodística y la narrativa de ficción con especial curiáu y un enfotu dignificador mui poco reconocíu nos estamentos ‘oficiosos’ del asturianismu. Periodista nel diariu La Voz de Asturias, Portal ye autor d’un valoratible llibru de cuentos entituláu Trófimo y Radamés (Villaviciosa, Caveda y Nava, 1991), asina como del documentáu ensayu bio-bibliográficu Francisco Balbín de Villaverde (Xiquín de Villaviciosa) (Villaviciosa, Cubera, 1995) y del trabayu etnográficu Secretos de Pandenes (Uviéu, Trabe, 2006). Collaborador con poemes y proses creatives en revistes como Lletres Asturianes o Albentestate, ye autor de más de mediu millar d’artículos d’opinión. Agora debuta nel tarrén teatral al ganar el premiu «Uviéu», na estaya dramática, cola pieza Oh 36!

Pregunta. ¿Qué quixo cuntar nesta primer obra teatral de só?

Respuesta. Falo de les esperiencies vivíes por una familia asturiana metanos de la guerra civil. Falo de la conducta humana sometida a presión. Del horror. Del error que representa tou conflictu bélicu. De los aspectos cotidianos que suceden durante’l trescursu d’una guerra: porque la vida sigue baxo les bombes y demientres la muerte. Tamién l’humor. De lo irreal de determinaos episodios que tienen llugar durante una guerra. De los tintes subrealistes de la propia esistencia.

P. ¿El pesu hestóricu nun ye una llábana pal discursu lliterariu, y más si lo que ta decidiéndose ye’l sentíu d’una guerra civil?

R. Entiendo que non. Nun cuento la guerra, sinón daqué que pasa durante esa guerra, que ye diferente. La conducta humana sometida a presión aporta un material perinteresante dende’l puntu de vista lliterariu. Nun se trata d’una obra panfletaria. Nun pretende ideoloxizar. Nun pretende resolver incógnites hestóriques, nin esclariar qué bandu yera’l bonu nin cuálu’l malu.

P. ¿Qué materiales privilexó nel procesu de documentación y nel posterior d’escritura?

R. La obra inspírase na esperiencia del médicu y escritor billingüe Carlos de la Concha (Villaviciosa, 1877 – Xixón, 1965). Ésti construyó un furacu na so propia casa pa escondese cuando diba a buscalu’l so enemigu políticu, el dirixente anarquista Cristóbal Cano. Supi de los detalles d’esta hestoria gracies a un diariu escritu pol propiu De la Concha –pariente, por ciertu, del actual director de la RAE, Víctor García de la Concha– al que tuvi parcialmente accesu. Tamién consulté llibros sobre la guerra civil y a persones que la vivieron en primer persona o de forma diferida.

P. ¿Cuánto duró tola fase de conceición?

R. Varios meses, ya que llegué a escribila dos veces. La primera versión yera un testu ensin munchos anclaxes cola realidá, la segunda y definitiva arriquezse con abondos detalles y anécdotes reales estraíos del diariu y los testimonios concretos antes citaos.

P. ¿Atopóse con torgues de dalgún tipu na construcción del testu?

R. Preocupábenme dos cuestiones: una, atopar un llinguaxe estremáu que ficiera creyible la esistencia de personaxes de mui diferente estractu social. La otra, consiguir que les pincelaes d’humor qu’incluyo nun tapecieran el drama sobre la que xira la obra. Espero habelo llograo.

P. ¿Qué se pue facer en teatru que non se puea facer en poesía, narrativa y ensayu?

R. La posibilidá de representalu. El teatru sigue teniendo un atractivu evidente pal públicu: hai una catarvada de grupos y obres en cartel, y ello porque esiste un públicu que aprecia’l llinguaxe lliterariu y la cercanía de la representación. Eso nun lo tienen los otros xéneros.

P. ¿Piensa na representación cuando escribe pa la escena?

R. Sí, claro, y ési ye ún de los elementos que valoró’l xuráu del premiu «Uviéu», la facilidá pa poner n’escena Oh 36! Tienes que pensar nello porque la representación ye l’oxetivu últimu de cualquier autor teatral. Nun s’escribe teatru pa publicar, sinón pa representar.

P. ¿Cómo querría que fuera’l montaxe?

R. Prestaríame que cayera en manes d’un grupu avezáu a facer drama, pero creo que nun habrá problema porque hai abondes compañíes que puen facer una bona puesta n’escena.

P. ¿Cuálos seríen los referentes dramatúrxicos de Lluís Portal como espeutador y como escritor de teatru?

R. Tengo que reconocer que me presta más ver que lleer teatru, quiciás pola razón qu’apuntaba anantes, magar qu’hai llectures que resulten obligaes pa quien escribe. Per otra parte, prefiero una triba de teatru qu’apueste por fórmules clásiques, nun me gusten en xeneral los proyectos escesivamente vanguardistes. Tampocu soi fan del teatru costumista asturianu, y observo los proyectos de revitalización o modernización con interés pero con ciertu escepticismu.

P. ¿Ye la guerra civil esa metáfora mayúscula, espeyu d’una identidá y les sos xabaces contradicciones, o ye namái un paisaxe pa la traxedia nacional?

R. Nun me preocupa tanto la guerra como los comportamientos humanos. Utilizo’l conflictu como un telón de fondo sobre’l que poder enfrentar al ser humanu coles sos propies miseries. Sí, la guerra ye la metáfora d’un mundu interior en conflictu y d’unos equilibrios sociales qu’esgarallen ante la tensión que xenera.

P. ¿Teatru realista, teatru simbolista o teatru d’idees pa sopelexar la conciencia?

R. Pretendo tocar la conciencia de la xente ensin facer proselitismu ideolóxicu. Esta obra tien abondo de simbólico ya que la realidá preséntase como un simple decoráu.